Vivo en Florida. Una ciudad ubicada a hora y media de Montevideo, Uruguay. Es mi ciudad de origen, nací en este lugar hace 34 años. Cuando tenía dieciocho me fui a estudiar a Montevideo y luego, después de casi diez años de estar en la capital, me fui a estudiar y trabajar a Madrid, regresando hace apenas cuatro años a vivir nuevamente en Florida por un tiempo indefinido.
Haciendo honor a mi tendencia analítica en el ámbito de las relaciones, mi recorrido de haber vivido en el interior y luego en ciudades grandes me permite contar con algunas distinciones que me llevan a observar algunas tendencias o maneras de relacionarnos que son características de ciudades del interior y hoy quiero compartirte mi opinión con la intensión de ampliar la mirada en cuanto a cómo nos miramos, cómo miramos al otro y qué oportunidades nos estamos perdiendo o –por fortuna- aprovechando para vivirnos desde un lugar más pleno, que como ciudad pequeña, estamos inmersos en un constructo social etiquetado fuertemente por la siguiente premisa: “pueblo chico, infierno grande”.
Como toda ciudad del interior hay una tendencia a pensar en que efectivamente esto es así, pero ¿Te has puesto a pensar por qué esto es así? Pueblo chico, infierno grande… Para empezar yo no estaría tan segura de que sea por el tamaño del pueblo sino en que tenemos más espejos para mirarnos y ver más asuntos de nosotros que no nos gustan. Veamos.
Como me habrás escuchado decir en alguna oportunidad, los demás nos hacen de espejos de asuntos nuestros que desconocemos. Siempre estamos frente a nosotros mismos. Siempre. Lo cierto es que cuando nos movemos en un radio menor, como es el caso de ciudades más chicas, contamos con más información acerca de la vida de los demás y esa información condiciona cómo nos miramos, las etiquetas que nos ponemos y todo lo que viene después.
Sabemos que fulana de separo de… que aquel vendió el auto porque necesitaba el dinero… el otro fundió el negocio familiar porque… la que se casó con el marido de quién antes había estado con … entonces, ¿qué sucede? Cada historia que nos cuentan acerca de una persona está siendo interpretada por nosotros desde lo que son nuestros programas, nuestras creencias, nuestros miedos, y en base a ello formulamos una idea acerca de cómo esa persona es. Luego esa idea condiciona nuestras experiencias. ¿Verdad que cuando te cruzas en la calle con alguien que hace un tiempo no ves tu mente te trae todo lo que crees conocer acerca de esa persona? Tu mente saluda y trae enseguida el concepto que has forjado en relación a quién está ahí delante: “casada con, se divorció de tal, trabajó allá, se mudó a España y volvió…” Entonces, si miramos bien, andamos por las calles creyendo que nos conocemos en base a las historias que nos contamos de fulano y mengano cuando en realidad no nos conocemos. No nos conocemos en absoluto y el hecho de no ser conscientes de ello es lo que alimenta el “posible infierno”
¿Cómo es eso de que no nos conocemos si “acá todo se sabe”?
Primero, no nos conocemos porque nos estamos viendo desde nuestra programación mental que es lo mismo que decir: no vemos el mundo como es, sino como somos.
Segundo, no nos conocemos entre nosotros porque no nos conocemos ni siquiera a nosotros mismos. Tenemos una mente inconsciente que opera en piloto automático en todos nosotros y que es el 95% de nuestra mente y lo que allí hay : creencias, miedos, inseguridades, decide por nosotros por los siglos de los siglos…
No nos conocemos porque conocernos implica llevar presencia a este momento. Mirarnos con ojos nuevos y desocupar la mente de las historias que hemos venido almacenando ante cada encuentro con el otro.
No nos conocemos porque no conocemos cuales son o cuales han sido las motivaciones profundas que han llevado a una persona determinada a actuar de determinada manera. Decimos, por ejemplo: “fulana debe tener unos mambos porque ninguna pareja le viene bien” o “mengano se fue de la casa porque su mujer no lo bancaba” ¿De verdad creemos conocer a alguien por las historias que nos han contado acerca de lo que alguien hizo o hace? Vayamos más profundo.
Ni “fulana” conoce realmente las causas que la llevan a actuar así, ni “mengano” conoce los motivos de por qué vive lo que vive, tampoco yo, tampoco vos a menos que haya habido un trabajo de introspección. Si le damos una mirada haciendo alusión a las constelaciones familiares, por ejemplo, todos estamos cumpliendo un determinado rol específico para satisfacer las necesidades de nuestro sistema familiar de forma in-con-sien-te. Quizás “fulana” esté cumpliendo con la necesidad de su sistema familiar de acompañar a su madre o a su padre en su soledad, entonces es posible que por mucho que desee estar en pareja, no esté disponible para encontrarla ahora y por eso no le funcionan y hasta que no pueda hacerlo consciente una parte de ella continuará respondiendo a la corriente subterránea de su sistema familiar. ¿Me sigues? Pero, ¿Qué hacemos nosotros parados desde una opinión basada sólo en lo que vemos? La etiquetamos de: “algún problemita debe tener”
-Ella no lo sabe, menos nosotros al opinar de su situación- En el otro ejemplo, quizás “mengano” se haya ido de la casa porque a su misma edad su padre vivió exactamente lo mismo y mediante esa experiencia es la manera que tiene la vida de mostrarle cómo sanar la relación con su padre y perdonarlo para poder estar en paz por el abandono que experimentó en su infancia a raíz de que el padre tomara aquella decisión (Si yo no perdono a mi padre por haberme abandonado, me hago echar por mi mujer –inconscientemente- para reparar lo que mi padre hizo).
Y así cada uno de nosotros está viviendo lo que necesita vivir para conocernos a nosotros mismos. El punto está en que cuando creemos conocernos nos condicionamos, porque actuamos desde esa narrativa mental reducida a nuestras propias interpretaciones. Nos condicionamos a la hora de abrirnos a conocer a alguien, también a la hora de contratar a alguien para nuestros equipos de trabajo. También nos condicionamos para participar en determinados grupos “porque va fulanito… que anduvo con…” Nos condicionamos.
Que el infierno sea grande depende de cómo nos miremos entre nosotros. Depende también de cuán dispuestos estemos a soltar la idea de que nos conocemos sin mirarnos con los ojos del presente, dónde nos habilitamos a reinventarnos y habilitamos al otro a que también lo haga.
Miremos con ojos nuevos. Soltemos la idea de que nos conocemos por lo que ha sido nuestra historia y permitámonos que en nosotros aflore la posibilidad de reinventarnos siempre. Vaciemos nuestra mente de interpretaciones, de tiempos, de historias y caminemos por la ciudad como si fuésemos turistas. Entremos a una panadería y saludemos como si fuera la primera vez que entramos allí. Dispuestos, abiertos, amables, con la mente libre de la carga de las etiquetas que nos ponemos.
¿Vivís en el interior? ¿Te resonó lo que escribí?
¡Contame!
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