Lo que más extrañamos en el fondo a la hora de relacionarnos, es relacionarnos realmente. De manera muy sutil, nuestra mente entreteje imágenes mentales en función a las heridas del pasado, que luego las ve reflejadas en los demás. Y esas heridas del pasado hablan de reclamos hacía nuestros padres que al día de hoy continúan vivos en nuestros corazones. En otras palabras, buscamos a mamá y papá y todo lo que sentimos que de ellos nos faltó recibir, en nuestras relaciones. Así es como, si somos honestos, no vamos al encuentro real con un otro porque necesitamos que el otro llene los vacíos de nuestra falta de presencia. Extrañamos mirar y mirar de verdad, escuchar y ser escuchados. Extrañamos ser comprendidos y comprender.
Gran parte de este vacío y falta de presencia se originó en nuestros primeros años de vida, cuando mostrarnos tal y como éramos representó todo un desafío. A lo mejor nuestros padres tampoco supieron estar presentes en sus propias vidas. Así es como nos hemos visto “contagiados” por ese vacío que alimenta el deseo de perseguir la zanahoria del reconocimiento, amor y respeto que no encontramos dentro de nosotros -por mucho que busquemos-
Afortunadamente, nos salva el amor. El amor, según vengo apenas experimentando, es comprensión. Y comprender trae paz a nuestros corazones. El amor es un estado de consciencia que impregna nuestros pensamientos de una comprensión profunda que nos lleva a ver por encima de lo que este mundo nos ofrece, incluyendo el concepto que tenemos de padre y madre.
Papá y mamá son dos escenarios relacionales dónde, por fortuna, nos hemos acercado al amor o hemos fomentado el olvido que ya traíamos con nosotros. Nuestra relación no empezó cuando este mundo nos recibió. Haya sido como haya sido la cuestión, los hemos elegido con total precisión para limpiar las heridas que nuestro ego cargó.
La figura paterna ha estado ahí, representada por nuestra naturaleza esencial como el espacio primario dónde encontrar la seguridad para salir al mundo, una vez que mamá haya cumplido con su función de nutrirnos. En teoría, mamá nos nutrió y nos ofreció el lado emocional dónde vernos reflejados. Papá nos dio la mano para salir al mundo a caminar sólos. -A esto último, habitualmente se le conoce como proceso de individuación- Pero las escenas del guión no siempre se van dando como se espera, porque en ocasiones mamá no pudo nutrirnos como era de esperarse y papá tampoco pudo sacarnos al mundo con el cuidado necesario. Cuando esto sucede, las grietas de nuestra consciencia egoica se marcan a fuego, ¡pero sobre el amor que ya somos! Es ahí cuando empezamos a enmendar el traje según las necesidades que ahora creemos tener. Es ahí cuando una parte de nosotros se pregunta ¿Qué faltó para saber qué me conviene encontrar…? Salimos a buscar los retazos de tela que satisfagan esas heridas, para no sentirlas y también para no mostrarlas. Decimos: “Necesito ser así para que papá me mire” “Necesito conseguir ser el más fuerte para sentir que valgo” Necesito ser quién tiene más éxito para que mamá se sienta orgullosa” Lo que sucede es que de retazos nada se sostiene… Sino que por el contrario, acabamos por convertirnos en aquello que rechazamos en nuestros padres o terminamos atrayendo a mamá o papá, pero ahora desde la imagen de una pareja.
Cada retazo de ese traje se desespera por buscar una parte que le corresponda, pero si miramos bien, hay una música de fondo que siempre está sonando para que reconozcamos la verdad. Y la verdad, insisto, es comprensión profunda. La comprensión mira a mamá y la ve perfecta porque entiende que ella también ha pasado su vida buscado los retazos de su traje y muchas veces se ha perdido en esa búsqueda. La comprensión profunda mira a papá y ve que él también ha hecho lo mismo como ha podido. Pero sólo el amor puede hacer eso con nosotros. Sólo el amor puede acompañarnos de la mano a mirar detenidamente las motivaciones más profundas que han impulsado a nuestros padres a ser como fueron y darnos cuenta que siempre han respondido con la consciencia que han sabido reconocer en ellos a cada momento. Sólo el amor puede acompañarnos a que nos sentemos al lado de nuestros padres y ver que ambos cumplen un rol provisorio para ayudarnos en mutuo acuerdo a recordar que somos Unidad por encima de esta aparente relación de padres e hijos. Siempre nos duele no poder amar. Y cuando se trata de nuestros padres, el precio por no poder amarlos es muy grande para nuestro ego, pero es aún más expansivo para la consciencia que decide ahora reconocerse en Unidad con ellos.
Te dejo con la siguiente pregunta invitándote a la reflexión: ¿Cómo sería la relación con tu padre si no existieran en tu mente los reclamos de lo que debió haber hecho mejor? ¿Y la relación con tu madre? ¿Qué harías ahora con esta nueva mirada?
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