¡Contá hasta diez!

Mar 11, 2022Caso espejo

Un día cualquiera, sentada frente al monitor recibí un mail que no me gustó para nada -De esos que esperas que la respuesta sea A, y fue B- Era una mañana de invierno del 2015. Recuerdo haberme pedido el día porque no me encontraba del todo bien, pero particularmente ese día, sí me había levantado con buen ánimo. A los pocos minutos de haber recibido el mail me dio por mirar el WhatsApp encontrando allí un mensaje que tampoco me cayó bien, y entonces observé cómo se iba gestando un movimiento interno interesante, causado al parecer, por estos dos sucesos que estoy contándote. Repito, me había levantado bien. Por lo general, suelo tomarme un rato para mí en la mañana, antes de estar para el mundo, hábito que ha cambiado mi vida para bien. Por aquellos días, lo había empezado a practicar. Me había levantado de buen humor, pero había experimentado dos instancias que me hicieron sentir enojada. En una de ellas, atiné a no contestar nada desde ese lugar energético en el que me encontraba, pero en la otra, en la del WhatsApp contesté. Y como supondrás, la respuesta empeoró las cosas.

Con esa bronca acumulada, me cruzo ese mediodía con una persona que me dijo “manzanas”, pero yo entendí “peras” a causa del enojo que llevaba encima. Entonces le devolví “peras”, él se empeñó en explicarme que lo que me había querido decir eran “manzanas” y entonces terminamos envueltos en una discusión sin fundamento dónde cada uno procuraba defender su postura levantando cada vez más el tono de voz. La bronca que ya traía, se volvió más intensa. Era palpable, rodeaba mi cuerpo. Dijimos cosas que no queríamos decir, en un tono que no nos hubiéramos imaginado posible tres horas atrás. Cuando la Ola pasó, llegó la culpa, el conocido “coletazo” de los impulsos de ira.

Entonces pensé.

¿Cómo fue que empezó todo esto? Como puede ser que pasara de levantarme tan bien una mañana a terminar en una discusión sin sentido que me hizo ser dueña de un hermoso mal humor que duró un largo tiempo. Exploré. Esa mañana significó para mí el comienzo de una observación interna y desde ese entonces he dedicado tiempo a estudiar cómo es posible que nos sucedan esos “arrebatos”. ¿Te pasa algo así? Si es así te voy a compartir algunas cosas que vengo descubriendo.

Según Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional los asaltos emocionales – así le llama a los impulsos de ira- ocurren cuando el centro del cerebro límbico declara una emergencia y recluta al resto del cerebro para su urgente orden del día. Esto se produce en un instante –añade- desencadenando esta reacción unos decisivos instantes antes que la neocorteza, el cerebro pensante, haya tenido oportunidad de vislumbrar plenamente lo que está ocurriendo. En otras palabras, la ira se apodera de nosotros antes de que podamos llegar a tener una idea formulada conscientemente acerca de qué es lo que realmente está pasando. Goleman, en su libro, nos explica que esos asaltos emocionales se generan gracias a la amígdala, un centro del cerebro límbico que actúa como depósito de impresiones y recuerdos emocionales de los que nunca fuimos plenamente conscientes. Sólo es necesario que algunos elementos sueltos de la situación en cuestión parezcan similares a algún peligro del pasado para que la amígdala ponga en funcionamiento su anuncio de emergencia.

Miremos esto juntos. Según Goleman, es posible que cada vez que nos encontremos frente a una situación dónde la ira haya tomado el control de nosotros, lo que está ocurriendo realmente es que la amígdala nos esté trayendo un recuerdo emocional de algo que ya vivimos. Hacerle un lugar a esta idea nos ayuda a comprender por qué nos pasa lo que nos pasa.

Pero, ¿Qué hacer para lidiar con los asaltos emocionales? o ¿Qué hacer con la amígdala? Siguiendo con las enseñanzas de Goleman, el regulador para los arranques de la amígdala parece encontrarse en los lóbulos prefrontales ubicados detrás de la frente. La corteza prefrontal parece entrar en acción cuando alguien siente rabia, pero contiene o controla el sentimiento con el fin de ocuparse eficazmente de la situación. Esta zona, cuenta Goleman, origina una respuesta más analítica o apropiada a nuestros impulsos emocionales, adaptando la amígdala y otras zonas límbicas. La corteza prefrontal actúa como administrador de la emoción, sopesando las reacciones antes de actuar. ¿Y entonces?

¿Cómo nos ocupamos de la corteza prefrontal como simples mortales, para que regule a nuestra amígdala? ¡Vamos a ello! Para poder auto-regularnos existen muchos aspectos que podríamos considerar y que hacen a que nuestros asaltos emocionales no terminen por gobernarnos. Entre ellos, la alimentación juega un rol fundamental, el ejercicio, el buen descanso, entre otros.

Hoy quiero dejarte con uno que hasta el momento ha venido dando sus frutos, no sólo a mi, sino también a las personas que acompaño. En esos momentos en que hemos notado la “amenaza” o el “detonante” externo, recuerda que lo que se está activando es la amígdala, quién contiene los recuerdos emocionales que has vivido hasta el momento. Es preciso dejar pasar unos segundos hasta que se genere una dinámica cerebral tal dónde la corteza prefrontal pueda hacer de las suyas para que no salga disparado el impulso emocional. Entonces, para que esto sea posible, ¡contemos hasta diez! Si, el viejo y querido “contá hasta diez” antes de reaccionar o decir cualquier cosa es necesario. Pero ahora, somos conscientes de que cuando estamos contando, le estamos dando lugar a que la corteza prefrontal pueda ayudarnos a tener una idea más objetiva de lo que está sucediendo sin dejarnos gobernar por la amígdala.

Contar hasta diez  antes de reaccionar ayuda a cultivar el vínculo que tenemos con las personas que nos rodean, que muchas veces son las mismas que terminan pagando los platos rotos de nuestros estallidos emocionales.

Contar hasta diez, nos ayuda a tomar consciencia de que podemos reaccionar de otra manera ante un hecho que se nos repite y ya no sabemos cómo manejar.

Contar hasta diez nos ayuda a liberarnos de la culpa que sentimos luego de que hemos sido gobernados por nuestra rabia y nuestra ira.

Contar hasta diez nos vuelve más presentes, porque mientras contamos podemos observar cómo es el estado interno por el que estamos transitando y eso nos ayuda a volvernos más conscientes de nuestras emociones.

De ahora en más ¡Contá hasta diez! ¡Vale el esfuerzo! ¡Vale probar!

 

 

¡Te animo a que me cuentes en los comentarios que tal te ha ido contando hasta diez!

¡Nos acompañamos!

 

4 Comentarios

Abrir chat
¿Necesitas ayuda?
Hola, ¿en qué te puedo ayudar? Cuéntame.